Me acuerdo cuando jugaba de pequeño en mi antigua casa con mis primos en el jardín. Antes vivía en un pueblo de las montañas, un entorno
perfecto para mí cuando aquello, era un trasto siempre jugando y gastando
bromas. Se contemplaba ese ambiente hogareño típico de un pueblo pequeño donde
toda la gente se conoce, el amor y la alegría se notaban en el aire, aun no sabía
por qué pasaba eso no lo comprendía.
Este pueblo estaba
rodeado de un gran bosque de robles, yo sin preocupaciones me adentraba en él. Había
toda clase de animales, de todos los tamaños y animales extraños
escurridizos y otros más amistosos.
Por ejemplo en otoño
con la caída de las hojas caminaba y solía ver de vez en cuando a unos seres
del tamaño de una comadreja que comían hojas secas, extraño no, lo siguiente decía
yo. Se camuflaban en la hierba y se alimentaban de hierba también. Tenían un
aspecto agresivo pero solo era para ahuyentar el peligro, luego se camuflaban
aunque de una manera peculiar.
Su físico como su dieta era extraña aún más, sus lomos eran
de color verde y del aspecto de la hierba. La manera de camuflarse era cavar un
pequeño hoyo y meterse con el lomo descubierto. Así no había manera de
encontrarlos, jajá, me hacían gracia estos malditos cabrones.
Si veían que la persona con la que se encontraban no daba
problemas, los niños (algunos), se dedicaban a pegar sustos a diestro y
siniestro. Saliendo de la nada y emitiendo ese sonido que solo producían ellos después
de un silencio absoluto, de nuevo desaparecían. Unos grandes granujas los somol
pero unos de los seres que más tenía cariño en aquellos años. Ya os contare
sobre más amigos míos de estos.
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