El viento se detiene en el pequeño islote en
donde siempre sopla el viento. El viejo farero se vuelve, extrañado de no notar
las ráfagas azotando su vieja piel.
-
Tormenta –masculla en un gruñido
casi imperceptible.
-
Vayamos dentro entonces, abuelo,
antes de que estalle la tormenta, y podrías contarme una historia.
El vetusto faro de pescadores constituye una
humilde pero acogedora morada, piensa el viejo, perfecta para contar historias
de barcos pesqueros que se pierden en la mar.
-
Cuenta la leyenda –carraspea junto al fuego, y nota como el calor relaja
su lengua y tira de las palabras hacia fuera- una leyenda tan antigua que se
pierde en la memoria, y que muy pocos recuerdan, y menos aún pueden constatar-
el niño se rebulle en su camastro, impaciente ante la enredada prosa de su
abuelo-: que las grandes galernas nacen en los abismos del océano y que con su
muerte se forma una nueva vida, se gesta una criatura terrible y magnífica, y
que quien quiera que alcance a verla, queda condenado de por vida y, por tanto,
en una tormenta perecerá.
<<Cuentan que florece en la llanura
abisal un alga cuyas esporas viajan cientos de leguas hacia la superficie,
alimentándose de las esencias de todas las criaturas marinas, hasta alcanzar la
luz solar. Allí brota en pequeños bulbos que recogen los albatros en sus picos
y los elevan hacia el cielo, y vuelan tan alto que los vientos se congregan
para ayudarlos, huyendo de la costa y dejando paso a la calma que procede a la
tempestad.
Al alcanzar el
techo del cielo, los bulbos explotan, liberando unos humores que hacen que se
revuelvan las nubes y se formen los rayos. Al restallar los rayos contra las
tímidas algas, éstas se cargan de energía y florecen en un imbricado telar, que
forma auténticas islas flotantes de terciopelo púrpura.
Sólo entonces, sólo
allí, pueden las asombrosas criaturas bailar su danza nupcial>>.
- Pero
abuelo, ¡aún no has dicho el nombre de la criatura!
- Ah...
El nombre. Supongo que no se habrán presentado a ningún humano, aunque creo
recordar que hay algunos nombres, meras aproximaciones, leyendas de leyendas.
-
Abuelo... –refunfuña el niño, impaciente. La tormenta comienza a
arreciar fuera.
- Cada
historia tiene su ritmo, hijito, pero aquí tienes tus nombres, si es que sirven
para algo: algunos lo llaman Kraken, otros Leviatán, Ryüjin, Morgawr, Hidra o
serpiente marina...
- ¡Pero
eso son cosas muy distintas!
- Son
variantes de la misma leyenda. Y no me interrumpas –Gruñe el viejo. El cielo, a
través de la ventana, se tiñe de añil, y un lejano resplandor ilumina el cielo.
- Es,
por tanto, sólo allí donde pueden danzar las bestias, salir del infinito océano
y reproducirse, ya que la concepción necesita del aire cargado y el poder el
trueno.
- Y, ¿por qué quedan los hombres que lo ven
condenados, abuelo? –pregunta el nieto, bostezando somnoliento.
-
Porque, hijo, no hay espectáculo más hermoso sobre la tierra, el océano
o el cielo, que la danza del dragón –sentencia con gravedad, con la mirada
perdida en el fuego. – Ya es de por sí complicado, casi imposible, introducirse
en el corazón de la galerna, poder contemplar esta danza mística y vivir para
contarlo. Pero las fuerzas de la naturaleza son demasiado grandes como para
perdonar una segunda vez.
<<Es
tan hermoso el espectáculo que el alma del navegante se sume en la añoranza, el
anhelo de volver a verlo una vez más, y tarde o temprano arrastrará al
afortunado a la perdición, a tomar su bote pesquero y perderse en la
tormenta>>.
El
niño se había quedado dormido, hecho un ovillo junto al fuego. El viento
ofrecía su embate, jubiloso, sobre el islote donde siempre sopla el viento,
golpeando sin piedad las sólidas ventanas del viejo faro.
El
farero mira el fuego durante largo rato, pasea la mirada por la estancia, se
detiene unos minutos sobre su nieto y, finalmente, se dirige inevitablemente
hacia el mar.
Se
levanta con una ligereza sorprendente para sus años y suspira. No es un suspiro
de cansancio o resignación, si no que está empapado de un profundo alivio. Abre
con fuerza la pesada puerta, empujada por el viento, y su silueta encorvada es
iluminada momentáneamente por el rayo, antes de fundirse con la lluvia y
desaparecer.
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