viernes, 15 de enero de 2016

LA CULTURA DE LA MEDIOCRIDAD


“Ahora pasaréis por orden de lista y os diré vuestra nota al oído”. Cuchicheos, cortinas. Todo, para que nadie se sienta discriminado. “¡Y ni se os ocurra decirle al compañero lo que habéis sacado!”. Mediocridad para comer, mediocridad para cenar. Todos los dibujos colgados del mural: unos bonitos; muchos, feos. Esa nota discordante, que perfora el tímpano, en clase de flauta. “Esto no lo has podido escribir tú, te lo han hecho”. No hay broncas, pero tampoco alabanzas. No intentes ser diferente, resaltar, porque tratarán de amputar ese don. Ese don que todos tenemos, aunque no lo sepamos. El niño al que linchan a balonazos en el recreo, dibuja como un ángel. La niña que no quiere recitar a Bécquer, ya sabe integrar y hace sudokus en los descansos. Pero nadie lo ve. Nadie lo quiere ver.

Una vez hicieron un concurso de poesía. No se volvió a repetir: demasiada exaltación. Ganadores, perdedores. Pero todos tuvieron su premio. ¿Dónde se esconden las estrellitas doradas de las películas americanas?

Talentos despilfarrados, horas perdidas jugando al buscaminas. “Los cuadernos, sin anillas, para que no podáis arrancar las hojas”. Hojas en blanco de auténtico tedio, cuando la mente escapa volando por la ventana. “¿Por qué no atiendes?”. Horas de estrés, conflicto y frustración, y una tonadilla de fondo, que nunca llega a escucharse bien claro “A este niño no se le dan bien las ciencias”.

Y, mientras, caminamos buscando la media, la moda, olvidando que, en la orilla, el mar refresca los pies y alivia el alma.
 
 
Playa 1º del Sardinero, Santander
 
 
Texto y foto por Elisa Rivero Bañuelos

No hay comentarios:

Publicar un comentario