viernes, 11 de marzo de 2016

LA CARRETERA


La carretera N-634 ya está bien rodada y... ¡Hemos llegado a las 100 entradas publicadas! A lo largo de este viaje se ha ido bajando gente del vagón, y otros nos hemos subido, pero siempre manteniendo la ruta, tratando de dar rienda suelta a nuestra imaginación y llevando el maletero bien cargado de literatura.


Queríamos agradecer a todos nuestros lectores su interés y paciencia, además de asegurarles que esta carretera tiene muchos más kilómetros por recorrer.


A continuación os dejamos un texto conjunto de las tres escritoras que últimamente nos turnamos al volante:




Cuentan los entendidos que las carreteras se erigieron sobre antiguas cañadas y, así como hoy nuestros camiones transportan la fruta que habremos de comer, antaño los pastores guiaban los rebaños para suplir de lana a Flandes.

Cuentan que las cañadas, a veces, aprovechan las antiguas calzadas romanas. Esas vías, que asemejan mosaicos de piedra, condujeron a la guerra, pero también a la cultura y la unión de los pueblos, hasta los parajes más recónditos de nuestras tierras.



Pisaba Lucio sobre la pétrea superficie del camino.

-¡Cuánto tiempo de trabajo para facilitar mi travesía!

¡cuántas horas invertidas por la legión

para la construcción de esta espléndida calzada!-pensaba.

Y aun así, lucían sedientos los pies de descanso,

las sandalias pesaban y se incrustaban en las llagas;

el ánimo se apelotonaba en el alma.


Pero, ¿qué dirían los dioses si se rindiera?,

¿qué clamaría Mercurio desde sus templos

a pie de camino? La misiva debía llegar a las manos apropiadas.


Tal vez, algún día recordarán sus humildes servicios,

o caminarán por los mismos lugares, 

desentrañando las huellas en la piedra.

El deleite de la permanencia de su Imperio

le daba las fuerzas para continuar desgastando el camino. 

Dicen que las calzadas siguen los trazos de las grandes manadas, ya que son ellos, los animales, quienes mejor saben transitar por la tierra. Pues parece que, a veces, a nosotros se nos ha olvidado. Y te preguntarás "¿no tendrían caminos los cántabros, y las otras gentes que ya moraban aquí?". Puede que sí. O puede que ellos fueran como los animales y siguieran los caminos de la tierra, sin perturbarla.




Traté de recordar cuántas veces había tomado aquella ruta. Era el camino que elegían mis padres cuando debían acercarme a la escuela, con lo que la costumbre hizo que memorizara cada árbol y señal que se mostraban a través de las ventanillas. Un logro que por entonces hallaba divertido.

Conforme iba creciendo, la perspectiva que tenía desde el interior del vehículo, iba haciendo menos atractivo subirme al mismo. Ya no tenía ningún misterio para mí. Dejé de pensar en él como aquel extraño aparato que me trasladaba a sitios diversos, algunos totalmente nuevos y emocionantes, para verle como un consumidor de mi tiempo.

Cambié de parecer a las pocas semanas de tomar el volante por primera vez. Olvidé lo agotada que estaba tras salir de trabajar, y decidí emprender una desviación para regresar a casa, a pesar de ser evidentemente más larga, perdiéndome por una vía entre pinos, que desembocaba en un pequeño pueblo costero.

Era casi de noche cuando opté por deshacer el camino y retomar la carretera conocida, prometiéndome a mi misma que aprovecharía la independencia que me daba al fin tener licencia, para explorar sin planificar o situar en un mapa, los pueblos que tenía cerca.

Era una buena oportunidad de saciar mi curiosidad, por lo que sabiendo volver a casa, me quedé sin excusas para conocer aquello que por ignoto temía.


Los animales siguen los collados, las gargantas abiertas por los ríos con el pico del agua y la persistencia del cantero. Los valles se desgarran y se colmatan y el tiempo prosigue, pero no hay humano allí para presenciarlo.

Raquel Alvarado, Patricia Ruiz, Elisa Rivero Bañuelos

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