Algunas noches atrás Alma se desveló preocupada. Soñó que se escondía tras un árbol desde donde miraba y sonreía tímidamente a su primer perro. Quería jugar con él pero cada vez que trataba de acercarse el nerviosismo de éste la intimidaba, pues temía que con sus enormes patas pudiera dañarla, de manera que regresaba corriendo a su posición.
No ayudó que durante los siguientes días éste volviera a aparecer, le generaba ansiedad no comprender parcialmente la razón. Paradójicamente le asustaba la normalidad del sueño que sustituía las habituales pesadillas en las que era perseguida, pero no le costó esfuerzo averiguar porqué se sentía así, ya que enfrentarse a un recuerdo de la infancia era mucho peor que hacerlo a un monstruo amorfo.
Pensó que el remedio más efectivo era completar aquella escena, situándola en la casa donde había vivido algunos veranos, lugar que pasó de idealizar a repudiar cuando las personas que allí residían rompieron la burbuja de felicidad e ingenuidad que la protegía.
Salir tan abruptamente a una realidad tan mezquina hizo que desconfiara de los que se acercaban a ella; aprendió que era el odio y qué sentirse indefensa, pero si daba por hecho que esto no formaba parte de su presente, ¿Por qué el rencor seguía intacto? Al fin y al cabo tuvo claro en quién no quería convertirse y qué debía hacer para lograrlo, lo que sin duda creyó conseguir, si bien no perdonar era contrario a ello.
Su estrategia hasta ahora había consistido en ignorar la existencia de esos individuos, eludiendo cualquier pensamiento que les relacionara, lo que inexorablemente arrastraba al olvido la felicidad que en su día le aportaron y con ello parte de su historia. Aquí estaba la respuesta, no podía seguir avanzando si no terminaba con ese sentir, ya no le aportaba nada sino que parecía cobrarle la protección que un día le aseguró.
Quizá era el momento de perdonar y así dejar de consumirse, pero, ¿Podría vencer a su orgullo?
Patri Ruiz
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