Azeri, poblado Helvatien
En el poblado, el revuelo es notable. Azeri no entiende del todo qué está ocurriendo, pero sabe que está relacionado con el viejo. Natara, su mujer, está más apesadumbrada que de costumbre. Ambas han ido a elegir una oveja para sacrificar. Teniendo en cuenta que el viejo sólo posee cuatro, la chica prevé un gran acontecimiento.
Mientras
cuelgan a la desafortunada oveja para sangrarla, Natara le habla, intentando
desahogar su pena. Las palabras desconocidas brotan como la sangre oscura del pescuezo
del animal, manchando la blanca lana de su conciencia.
Azeri
sabe quién es Dara. La madre la ha señalado con impotencia las pocas veces que
han salido juntas de la tienda, en busca de leña o agua. Una bonita joven de
larga melena cobriza y ojos tristes, siempre a la sombra del jefe de los
pastores. ¿Qué le cuenta Natara? ¿Qué espera el viejo Goban que ella haga por
su hija?
Tras
una agotadora tarde cocinando los mejores víveres que la familia guardaba, todo
está preparado para la celebración. En la cabaña, el calor reconcentrado del
fuego y el sol del final del verano es insoportable. El viejo entra con un brillo en la mirada, saca
un hatillo de debajo del jergón y se adorna con vestimentas estrafalarias. Toma
una especie de lanza, del durísimo material del que está hecho el cuchillo y
parte de los aperos de los Helvatien y, esta vez no ruega, sino que afirma,
mirando a Azeri:
-
Dara.
Dara (hija de Goban), poblado Helvatien
Según
se acerca la hora del duelo, más y más gente se agolpa en el centro del poblado.
Las esclavas terminan de preparar la comida que se servirá más tarde, para
celebrar la victoria. Entre el gentío, distingue a su madre. Intenta captar su
atención, compartir su desdicha. Pero el hombre que Ötzi delegara para cuidarla
–es decir, mantenerla cautiva y alejada de la batalla- la golpea con el codo y
Dara se encoje. Apenas repara en la joven esclava que permanece junto a Natara.
Los
dos contendientes se encuentran por fin en el centro de la plaza y un silencio
afilado corta los murmullos del público. Los grillos suceden a los vencejos,
que se retiran a las alturas, donde brilla la primera estrella de la noche. Una
brisa tibia los envuelve.
Intercambian
unas palabras de cortesía, una oración y, con el último rayo de sol
desvaneciéndose, da comienzo el combate. Apenas alcanza a ver, desde su
posición, el desarrollo del mismo. Ötzi, en vez de decantarse por una pronta
victoria, parece esperar a que Goban realice el primer movimiento. Aquél lanza
estocadas con una velocidad inesperada para un anciano. Dara se sorprende: por
un momento, la esperanza se abre paso en su corazón y reza a Gobanno, el dios
de la guerra, para que insufle fuerza a su padre.
Pero
es todo un espejismo. El pastor sólo quiere engrandecer su victoria, ofrecer un
espectáculo que adocrine a todos los agricultores. Esquiva los ataques del
viejo o los bloquea con su enorme espada.
Se oye
un rumor entre el público: la espada de Goban se ha quebrado. La esperanza se
desmorona tan rápido como había llegado. Ötzi alza su arma y la descarga contra
el anciano, indefenso. Dara profiere un grito y se tapa los ojos. El hombre que
la custodia se ríe, y su cacareo se mezcla con una profusión de gritos
confusos. La joven, incrédula, alza la mirada y logra distinguir a su padre,
aún de rodillas, vivo. Ötzi le propina una paliza con el mango de la espada. En
seguida la tira a un lado y prosigue a base de patadas. Goban permanece
encogido, en silencio.
El
público enloquece: los extranjeros se mofan y corean a su cabecilla mientras
los agricultores, indignados, se revuelven y claman contra la deshonra. Por
fin, la verdadera naturaleza de Ötzi se desvela. Dara exhala un grito de dolor.
¿Dónde está Gobanno ahora?
El
caos se apodera del gentío y surgen trifulcas por todos los flancos: los
Helvatien tratan de auxiliar a su líder, acercarle un arma, mientras los
ganaderos luchan por contenerlos. De pronto, Dara escucha un gemido a su
espalda y su custodio se desploma en el suelo.
Una
cara de tez oscura emerge en la creciente oscuridad. Es una chica. Una esclava.
Extrae bruscamente un cuchillo de la espalda del hombre y la sangre brota: está
muerto. Dara, temerosa, intenta alejarse. Nota cómo le agarran la muñeca con
fuerza y se vuelve. Con una segunda mirada identifica a la esclava de sus
padres.
- ¡Dara!
–exclama la esclava, apenas una chiquilla, señalándola. Le tiende el cuchillo
ensangrentado. Dara se asusta y profiere un grito, intentando zafarse. La chica
limpia el arma en sus escasos ropajes y se la muestra de nuevo.- Goban.
Finalmente
Dara consigue reconocer el hermoso puñal de su padre. La esclava afloja su mano
y tira con suavidad hacia la oscuridad. Lejos de la multitud, enfurecida. Lejos
de Ötzi.
Nadie
repara en las dos pequeñas figuras que se escurren en la noche. Nadie, salvo
Goban. La última luz del día se escapa de la llanura mientras el viejo exhala
su último adiós.
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