miércoles, 30 de marzo de 2016

FILO

Historia de Enia y Alate, continuación de LUZ.




Azeri, poblado Helvatien

En el poblado, el revuelo es notable. Azeri no entiende del todo qué está ocurriendo, pero sabe que está relacionado con el viejo. Natara, su mujer, está más apesadumbrada que de costumbre. Ambas han ido a elegir una oveja para sacrificar. Teniendo en cuenta que el viejo sólo posee cuatro, la chica prevé un gran acontecimiento.


Mientras cuelgan a la desafortunada oveja para sangrarla, Natara le habla, intentando desahogar su pena. Las palabras desconocidas brotan como la sangre oscura del pescuezo del animal, manchando la blanca lana de su conciencia.


Azeri sabe quién es Dara. La madre la ha señalado con impotencia las pocas veces que han salido juntas de la tienda, en busca de leña o agua. Una bonita joven de larga melena cobriza y ojos tristes, siempre a la sombra del jefe de los pastores. ¿Qué le cuenta Natara? ¿Qué espera el viejo Goban que ella haga por su hija?


Tras una agotadora tarde cocinando los mejores víveres que la familia guardaba, todo está preparado para la celebración. En la cabaña, el calor reconcentrado del fuego y el sol del final del verano es insoportable. El viejo entra con un brillo en la mirada, saca un hatillo de debajo del jergón y se adorna con vestimentas estrafalarias. Toma una especie de lanza, del durísimo material del que está hecho el cuchillo y parte de los aperos de los Helvatien y, esta vez no ruega, sino que afirma, mirando a Azeri:
- Dara.
 




Dara (hija de Goban), poblado Helvatien


 Las lágrimas se agolpan en sus ojos ambarinos. Ötzi, sentado con sus hombres en el hogar central, ni siquiera se preocupa por prepararse para el combate: no duda de su victoria. Nadie lo hace. Ha cogido su enorme espada, forjada en horno. Dara nunca ha visto uno, ni siquiera el que están construyendo a las afueras del poblado, pero él se lo ha contado todo. Las armas de bronce forjadas en horno son mucho más resistentes que las endebles armas de los Helvatien. Su padre tiene un cuchillo forjado que le regalara Ötzi como parte de su dote, pero no una espada.


Según se acerca la hora del duelo, más y más gente se agolpa en el centro del poblado. Las esclavas terminan de preparar la comida que se servirá más tarde, para celebrar la victoria. Entre el gentío, distingue a su madre. Intenta captar su atención, compartir su desdicha. Pero el hombre que Ötzi delegara para cuidarla –es decir, mantenerla cautiva y alejada de la batalla- la golpea con el codo y Dara se encoje. Apenas repara en la joven esclava que permanece junto a Natara.

Los dos contendientes se encuentran por fin en el centro de la plaza y un silencio afilado corta los murmullos del público. Los grillos suceden a los vencejos, que se retiran a las alturas, donde brilla la primera estrella de la noche. Una brisa tibia los envuelve.

Intercambian unas palabras de cortesía, una oración y, con el último rayo de sol desvaneciéndose, da comienzo el combate. Apenas alcanza a ver, desde su posición, el desarrollo del mismo. Ötzi, en vez de decantarse por una pronta victoria, parece esperar a que Goban realice el primer movimiento. Aquél lanza estocadas con una velocidad inesperada para un anciano. Dara se sorprende: por un momento, la esperanza se abre paso en su corazón y reza a Gobanno, el dios de la guerra, para que insufle fuerza a su padre.

Pero es todo un espejismo. El pastor sólo quiere engrandecer su victoria, ofrecer un espectáculo que adocrine a todos los agricultores. Esquiva los ataques del viejo o los bloquea con su enorme espada.

Se oye un rumor entre el público: la espada de Goban se ha quebrado. La esperanza se desmorona tan rápido como había llegado. Ötzi alza su arma y la descarga contra el anciano, indefenso. Dara profiere un grito y se tapa los ojos. El hombre que la custodia se ríe, y su cacareo se mezcla con una profusión de gritos confusos. La joven, incrédula, alza la mirada y logra distinguir a su padre, aún de rodillas, vivo. Ötzi le propina una paliza con el mango de la espada. En seguida la tira a un lado y prosigue a base de patadas. Goban permanece encogido, en silencio.

El público enloquece: los extranjeros se mofan y corean a su cabecilla mientras los agricultores, indignados, se revuelven y claman contra la deshonra. Por fin, la verdadera naturaleza de Ötzi se desvela. Dara exhala un grito de dolor. ¿Dónde está Gobanno ahora?

El caos se apodera del gentío y surgen trifulcas por todos los flancos: los Helvatien tratan de auxiliar a su líder, acercarle un arma, mientras los ganaderos luchan por contenerlos. De pronto, Dara escucha un gemido a su espalda y su custodio se desploma en el suelo.

Una cara de tez oscura emerge en la creciente oscuridad. Es una chica. Una esclava. Extrae bruscamente un cuchillo de la espalda del hombre y la sangre brota: está muerto. Dara, temerosa, intenta alejarse. Nota cómo le agarran la muñeca con fuerza y se vuelve. Con una segunda mirada identifica a la esclava de sus padres.
- ¡Dara! –exclama la esclava, apenas una chiquilla, señalándola. Le tiende el cuchillo ensangrentado. Dara se asusta y profiere un grito, intentando zafarse. La chica limpia el arma en sus escasos ropajes y se la muestra de nuevo.- Goban.

Finalmente Dara consigue reconocer el hermoso puñal de su padre. La esclava afloja su mano y tira con suavidad hacia la oscuridad. Lejos de la multitud, enfurecida. Lejos de Ötzi.

Nadie repara en las dos pequeñas figuras que se escurren en la noche. Nadie, salvo Goban. La última luz del día se escapa de la llanura mientras el viejo exhala su último adiós.



Texto y fotos por Elisa Rivero Bañuelos


Siguiente capítulo: MUSGO


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