sábado, 27 de febrero de 2016

LUZ

Historia de Enia y Alate, continuación de Sangre

Dara (hija de Goban), poblado Helvatien

La cálida luz del final del estío se asoma tímida entre las vigas del techo, acariciando su piel. Dara se remueve entre sus mantas de oveja, aún sumida en el hechizo del sueño. Le llega el olor acre del fuego apagado y su tripa ruge mientras piensa en la comida que preparará en breve Madre. De pronto, el corazón le da un vuelco y toma consciencia de su situación: Ötzi gruñe a su lado, aún dormido. Madre no preparará el desayuno para ella. Mañana es el día de su unión, el fin oficial de su libertad. Aunque ya la había perdido hacía un tiempo.

Reprime un escalofrío de asco al notar el calor del hombre. ¿Cómo era posible que una vez le hubiera deseado? ¿Cómo había podido dejarse engañar? Y no sólo ella, también el pueblo entero, y Padre.

Se pasa los dedos agrietados por la mejilla, ahí donde incide el tímido rayo de sol, como si tratara de ocultar el cardenal. Las lágrimas se agolpan en sus ojos e intenta apartar los pensamientos sombríos.

La joven se levanta con sumo cuidado para no despertar a su futuro marido, y se dispone a preparar un caldo de oveja y frutos. Le espera un largo día de tareas innumerables; le espera una vida de servidumbre.

Goban, poblado Helvatien

Goban se despierta y observa a la joven Ohiandar agazapada en una esquina de la cabaña. Azeri le sostiene la mirada, desafiante. Una mirada azul, gélida, bajo el dosel de pelo negro y corto.

El viejo ha tomado una resolución. No se dará por vencido hasta estar muerto. No abandonará a su querida hija, a su pueblo, en las manos de esos pastores bárbaros. Simplemente no podría vivir con ello.

Permanece en el jergón, sumido en sus cavilaciones, observando absorto cómo la joven y su mujer cortan unos vegetales y muelen el grano para el desayuno. La mujer sale para traer agua. Finalmente, se viste con parsimonia, recoge su precioso cuchillo de cobre, enmangado en cuerno de carnero con un grabado de Gobanno, el dios herrero. Se acerca a la joven, que se sobresalta, tensando sus piernas fibrosas.
- Azeri –la llama con suavidad. Su mujer había conseguido sacarle el nombre. Toma el cuchillo por la hoja, aquel cuchillo que unas noches atrás ella le robara, y se lo tiende.
- Azeri. Dara –pronuncia el viejo, con voz trémula.- Dara –una súplica-.

Sabe que ella no comprende nada de su idioma. Pero la desesperación no entiende de palabras. Ella duda un segundo. Mira el cuchillo con recelo y finalmente lo toma, guardándolo con presteza entre sus ropajes. Goban cree captar un gesto de entendimiento.

Sale de la cabaña y el sol le deslumbra. Se tambalea ligeramente contemplando su poblado, sus gentes, y las chiribitas que nublan su vista simulan copos en pleno verano. Sabe con certeza que no volver a ver nevar, aunque ya se puede oler el anuncio del otoño.

Su viejo perro Canno, tumbado bajo la sombra alargada que proyecta la vivienda, emite un débil ladrido de bienvenida. Goban palmea su cabezota, nevada de canas. Endereza su paso y se dirige al hogar central, donde percibe la alta figura de Ötzi. Pero ya no hay miedo. Una vez que aceptas la muerte, el temor por tu propio destino se esfuma, dejando tan sólo aprensión por aquellos que quedan. Esto piensa Goban mientras se aproxima al bárbaro.

- Ötzi -clama con voz grave, serena. Sabe hacerse oír entre la gente y captar su atención.- Ötzi, jefe de los pastores, aspirante a líder de nuestro pueblo.
El gentío disperso se congrega lentamente hacia el hogar central, donde Ötzi estaba reunido con sus subordinados. El susodicho se vuelve con una mezcla de asombro y hastío, tornando en seguida el gesto en cortés sonrisa.
- Goban, querido padre -pronuncia en igual volumen, abriendo los brazos- ¿te unirás a nosotros para tomar el desayuno?
- Declino agradecido tu oferta. He venido a proponerte algo. Aunque nadie duda de tu fuerza y capacidad para liderar a nuestro pueblo, quería plantearte una última prueba para obtener nuestro beneplácito. Así, tu derecho quedaría confirmado por una antigua costumbre de nuestro pueblo, ya en desuso, pero no por ello menos gloriosa-.

Ötzi le escuchaba impaciente, sin bajar los brazos extendidos y la sonrisa forzada. Cada vez hay más gente alrededor de la improvisada reunión. Goban percibe la hermosa melena de Dara asomándose desde la cabaña del jefe, su antiguo hogar. El sol matinal aún aprieta y, a lo lejos, se oyen los balidos de los rebaños. Huele a tierra caliente, a estofado de oveja y a sudor.
- Te reto a un duelo a muerte.




Texto y foto por Elisa Rivero Bañuelos


Siguiente capítulo: FILO

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