viernes, 31 de julio de 2015

LEJOS


Largos y pesados goterones se deslizan sobre su piel. Otros tamborilean sonoramente contra las hojas de un tilo. El calor estival y los vapores del incendio se disipan y la tierra se abre y bulle agradecida bajo la tormenta. Sus compañeros están inquietos por los truenos, pero Alate sonríe: el fuego era, indudablemente, terrible, pero todo tiene su lado bueno. Duda, pero finalmente plantea a los demás sus pensamientos.
- Puede que vosotros no estéis acostumbrados a los incendios, pero yo ya he vivido esto. No son accidentales. Los Grnania que hacen crecer las plantas han hecho esto.
Los demás se agitan e increpan desordenadamente. Alate se hace oír entre la multitud.
- Pero algo bueno podemos sacar. El fuego ha matado a muchos animales: la mayoría estarán carbonizados, pero algunos pueden haber muerto por asfixia. Es hora de cenar.

En el tétrico cadáver del bosque, el grupo se desalienta. La comida es abundante, pero la devastación se extiende hasta donde abarca la vista, tiñendo de negro las faldas de las colinas y el fondo del valle, hacia el sur. Alate suspira. Al darse media vuelta, se pincha con las espinas supervivientes de un brezo y se apoya sobre una informe masa carbonizada.

Tras el festín, jóvenes y viejos elogian a Alate e intentan pasar tiempo con él. No le gusta. Aún así, los ánimos se han relajado, y todo el mundo parece haber olvidado el terror del incendio. Alate se pregunta si realmente fueron los Grnania de las plantas los que saltaron la chispa. Indudablemente, los Grnania del bosque u Ohiandar también dominaban el fuego. Pero pronto desecha la idea: no eran tan tontos como para quemar su propio bosque. Otra oscura razón confirma su teoría, pero él nunca lo admitiría, ni siquiera ante sí mismo.


- ¿Por qué has salido a cazar con este desastre en ciernes, joven?- el Aztie parece molesto, aunque conserva su permanente gesto de estoicidad.- Has echado a perder medio ciervo.
- Discúlpame, Aztie. Subestimé el alcance del fuego- Enia se abochorna. La parihuela no había soportado el peso excesivo del ciervo en su carrera a través del bosque y, finalmente, se había visto obligada a conservar sólo las extremidades y dejar el resto al fuego.
- Te has sobrestimado a ti misma –replica él severamente-. Eres una buena cazadora, pero te arriesgas mucho. Deberías pasar más tiempo en el campamento y, quizá, buscar un compañero – el rostro del viejo se ablanda casi imperceptiblemente, y la invita a sentarse junto a él.

Aztie es el título de chamán o líder espiritual de los Ohiandar. El viejo había sido un prestigioso cazador en su juventud, pero un enfrentamiento con un jabalí había dejado inútil su pierna. Desde entonces, había dedicado su brío a guiar a la comunidad y perpetuar la paz. En realidad, no se había preocupado por la pequeña niña huérfana hasta que ésta creció y demostró sus dotes de caza. Pero fueron otras cualidades las que finalmente le hicieron frecuentar la compañía de la joven.

-¿Qué crees que ha originado este incendio?- pregunta, con la miraba fija en su regazo, donde teje una trenza con ramas de zarzamora.
- Supongo que han sido ellos- murmura Enia. No quiere hablar del tema, no le gusta elucubrar, pero sabe que es la única que puede aconsejar a Aztie y éste ansía su conocimiento.
- Por lo poco que me has contado, entiendo que no es la primera vez que incendian el bosque, ¿me equivoco?
- No –Enia suelta aire y se resigna. Alza la vista al remanso de agua que se abre frente a ellos, donde los hombres y las mujeres pescan y remiendan las redes: este año, el río estaba siendo generoso.- No puedo asegurar que hayan sido ellos. No sé hasta qué punto lo hacen, ni tampoco el porqué. Sé que necesitan mucho espacio para hacer crecer sus plantas y prados para que pasten sus ovejas; el bosque les molesta.
- ¿Por eso quemaron el bosque cuando te perdiste?- el viejo cesa su labor y fija los serenos ojos verdes en Enia, inquisitivos.
- No me perdí. Huí. Ellos me persiguieron. Ahora intuyo que mis padres estaban muertos y quizá pensaron que yo los maté, que yo era…-Enia traga saliva y busca las palabras adecuadas- druis. Como una chamana.
- ¿Chamana? Eras sólo una niña, y ¿por qué iban a pensar que mataste a tus padres?
- Mi madre no era de allí. Provenía de una tribu del bosque. Pasaba mucho tiempo en casa y en los lindes, poniendo trampas para animales, en vez de estar con las otras mujeres. Supongo que eso los inquietaba, aunque yo era muy pequeña y no entendía todo aquello. Alguna vez la culparon por desgracias acontecidas, sobre todo ataques por animales. La única pertenencia que conservaba de su antigua vida era un collar de garras de glotón. Ellos consideraban al bosque y todos los animales que de él procedían como una amenaza, un tabú.
- Puede que tu madre viniera de la tribu del valle Tuo- reflexiona Aztie-. Sus gentes presentan sus respetos al glotón. Estuve allí comerciando en mi juventud.
- Ya lo había pensado.

Enia  se levanta taciturna y se lava la herida en el río. Al volverse, el rostro de Aztie se torna en una amable sonrisa, lo cuál resulta un acontecimiento. Ha trenzado la zarzamora alrededor de las astas de un corzo, conformando un bonito soporte. Se lo entrega a Enia.

- El espíritu del corzo es el que te debe acompañar. El ciervo es muy grande y testarudo para ti, te ha vencido. Mimetízate, estática, bajo las ramas del roble. Salta ágil por las laderas, como un corzo.

Ella se lo coloca sobre la cabeza, orgullosa y a la vez abochornada. Es un gran honor. El corzo es el tótem del clan y, más especialmente, de la familia de Aztie.

Una joven, que Alate reconoce como  Nane, hija de Alfa, se acerca cabizbaja hacia él. Alate se aparta, pues no termina de entender su actitud: la posición social de Nane era muy superior a la suya, y podría considerarse como una afrenta a su padre el verles solos. Alate ya sospechaba que había caído en desgracia a ojos de Alfa desde su atrevimiento del día anterior, al querer dirigir al grupo. Además, últimamente estaba descollando como cazador, ocupación a la que dedicaba la mayor parte de su tiempo, ya que las actividades sociales le asquean. Incluso después de seis inviernos, no se siente parte del grupo. Su grupo, su familia, están muertos. Perseguidos, acorralados y asesinados. Y todo por haber matado a unas pocas cabras y tres o cuatro Helvatien. En su momento le costó identificar el olor y entender la situación, pero con el tiempo, las dudas se habían disipado: sus padres, probablemente buscándole, habían detectado las cabras de los Helvatien e, impulsados por la hambruna que la falta de caza estaba provocando aquel verano, atacaron. Se habrían encontrado a algunas personas defendiéndolas y las mataron también. Entonces, saltó la alarma en el pueblo y huyeron. Esa era la razón de haber captado un olor familiar mezclado con el humo, el ganado y la sangre.

Una oscura y pesada sospecha, que entonces había enterrado en lo más hondo de su alma, se revuelve en su interior, pugnando por salir.

- ¿Recuerdas aquel pequeño refugio, cubierto de ramas y con forma triangular, a la entrada de la aldea? Ese es mi refugio- declaró Enia con una sonrisa orgullosa, mientras la dispar pareja ascendía por las montañas. Lejos, muy lejos, hacia el norte.

Por Elisa R. Bañuelos



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