martes, 15 de septiembre de 2015

EL PACTO DE LOS CORDEROS



El rocío de la mañana auguraba un día de calor, aun así no había quien se quitase el polar a las

seis de la mañana. La puerta de la nave ya estaba abierta, desde la puerta les vio; estaban

apoyados en el camión fumando y hablando del partido de anoche.

- Es increíble que levantándose a las cinco para venir a trabajar hayan visto el partido-

pensó.

Se froto las manos frías, aspiro la última bocanada de humo y entro.

- Buenos días

- Buenos días- contestaron casi al unísono.

Llevaba poco en la empresa, una empresa pequeña en la que el vinculo de los trabajadores era

semifamiliar, por no decir que en todos los órganos de estructura de la empresa había un

familiar directo del jefe, se consideraba un ente extraño por lo que entablar conversación se

tornaba algo prácticamente molesto lo cual la reducía solamente a trivialidades y cosas de

trabajo. Sin más palabras prácticamente que el saludo inicial se puso a colocar el camión

mientras sus dos compañeros continuaban hablando de sus cosas.

De repente una música electrónica rasgo el silencio del crepúsculo, era el yerno del jefe,

macarra trasnochado que actúa como jefe de cuadrilla siendo el trabajador que menos tiempo

lleva; exceptuando el humilde hombrecillo usado como punto de vista en este relato.

- Buenos días, ¿Qué pasa chavales?

El resto contestaron. Entro y se quedo mirando el ambiente mientras digería que el día

empezaba de nuevo y  que hace quince minutos estaba tumbado abrazado al culo de su novia,

probablemente luchando contra la resaca de algo. Al ver que no sacaría conversación de

ninguno de nosotros y que de seguir así probablemente se quede dormido contra la pared,

decide ponerse en movimiento y colocar su furgoneta, le tocaba hacer revisiones, el solo por lo

que no tendremos que aguantarle nada más que al inicio de la historia.

Toño, uno de los veteranos que estaban charlando ayudo a Héctor, el hombrecillo carne del

paro en cuanto terminen las vacaciones de la plantilla oficial de la empresa. Había que subir

bombas y depósitos muy pesados para solo una persona; más que pesados son demasiado

aparatosos de mover.

Un sonido agudo acaricia el aire, de repente todos dejaron progresivamente de hacer ruido

para oír claramente aquel silbido. Un – buenos días- cantarín retumba en la nave; es

respondido primero por su yerno y el resto mientras se dirigían hacia la entrada de la oficina

devolvían el saludo. Todos como ovejas subieron detrás del jefe esperando las instrucciones de

ese día.

- ¿Donde está Enrique?

- No ha llegado todavía, ahora llegara- responde el más veterano.

El jefe comienza su ritual, deja la manzana encima de la mesa, enciende el ordenador, va al

cuarto de archivos para encender el hilo musical, saco unas carpetas encima de su mesa y se

sentó mirándonos esperando las primeras noticias del día. La conversación derivo a

comentarios sobre las noticias, el jefe daba su opinión y esperaba la del resto de trabajadores,

parecía una encuesta.

De pronto unos pasos acelerados suben por las escaleras, era Enrique.

- Buenos días, estaba Damián con fiebre y tuve que pasar por la farmacia antes de venir-

cabe decir que Damián era su hijo.

- No pasa nada, pero avisa por what’sapp o algo, ya estábamos preocupados- una

sonrisa en los labios y una mirada seria expresaba la cara del jefe durante esta frase.

- Bueno hoy Rebeca llegara tarde, tiene que ir al hospital; Rebeca su sobrina

embarazada; así que repartiré el trabajo yo hoy. Enrique ibas a ir de revisiones con

Tino hoy pero como has llegado tarde sin avisar vas a comer fuera.

- Joder si yo…

- Es broma, no sabía si mandar a Mariano o a ti, pero Mariano tiene medico a las cuatro

y no puede ir a Guiputxu, así que Héctor, Toño y tu al hostal Etxebarri, el del

monasterio en el monte, Toño tu ya has estado ¿no?

- Si hombre, aquel que está de espaldas a la mar… al lado de la iglesia esa metida en la

piedra ¿no?

- Ese

- Tomad los papeles y vais para allá, limpieza y revisión.

Cogieron los papeles y se fueron, metieron la ropa en el camión, era lo único que quedaba

puesto que Héctor había metido el resto antes, Enrique se fue a abrir la puerta, Toño y Héctor

se metieron en el camión, al último le tocaba el puesto incomodo así que a Héctor no le

quedaba más remedio que ponerse en el medio de ambos. Mientras Toño rellenaba el disco

del camión y Enrique esperaba que saliésemos Toño se dedico a hacer el parte del día, no era

más que señalar a dónde íbamos, a qué hora, cuantos kilómetros tiene el camión a la ida,

llegada y vuelta, aparte de poner los trabajos del día.

Con el camión fuera, Enrique cerró la puerta mientras Héctor y Toño encendían un cigarro.

- Puta mierda de humo- Enrique no fumaba

- Calla tú, que cuando bebes bien que fumas.

Toño puso la radio y todos escuchában sin ganas de contestar; al poco de  apagar el cigarro

Héctor se durmió, quedaban dos horas y pico de incomodo viaje en la cual la conversación iba

a ser poco fluida, decidió que era mejor idea salir de ahí y la única forma era dormir.

De vez en cuando algún bache o algún riff de guitarra le hacía abrir el ojo, las ciudades pasaban

a la velocidad de la luz; Laredo, Castro, Bilbao; Amorebieta, Éibar, Tolosa... El camión se paro y

una mano enorme da un golpe a Héctor en la pierna.

- Levanta vamos a tomar un café.

Estaban en un pueblo de Euskadi, de eso no había duda, casas de piedra con fachadas pintadas

de cal, balcones de madera, tejados en forma de uve invertida; dentro del bar la Ikurriña tenía

un lugar preferente en mitad de la barra, animales muertos como codornices, cuernos de

ciervos, lanas de oveja colgadas… entre ellos destacaba un lobo perfectamente disecado.

- Buenos días, dos cortados y un mediano.

El dueño del establecimiento sin mediar palabra puso los cafés y cobro. En el rato del

desayuno poco hablaron los tres trabajadores, la mirada fija del camarero y el silencio del lugar

creaban una escena demasiado tensa, fuera del trabajo no se sacaba ningún tema.

- Adiós- dijimos todos.

- Agur- respondió el tabernero mientras recogía los cafés

Encendieron un cigarro, los que fumaban y comenzaron a subir un monte; no había podido ver

como se llamaba el pueblo y no encontró ningún cartel que indicara el nombre del monte que

subían.

La carretera era estrecha con precipicio a un lado y dura pared de piedra a otro, el camión

ocupaba poco más de un carril en las curvas lo cual hizo que los músculos de todos se

mantuvieran tensos durante la subida; de pronto la carretera se ensancho, aparecieron tres

enormes piedras con forma de pico, alrededor de estas se situaba un enorme monasterio el

cual descendía rodeando a las tres enormes piedras por el acantilado; una de esas

construcciones que no parecen humanas; los tres trabajadores no pudieron cerrar la boca y

aun retrasando la jornada laboral decidieron bajar del camión a mirar.

- Es alucinante.

- No parece hecho por personas, aquí arriba, mira el tamaño de esas columnas y esas

puertas, yo sigo sin entenderlo

- Ni yo, parece increíble

- Pues lo hicieron, para que luego os quejéis de que trabajáis mucho- dijo Toño que

siempre que podía echar un cigarro se escaqueaba del trabajo. - Es un poco más arriba

el hotel, vamos.

Llegaron al hotel Hotel Etxebarri rezaba un cartel, parecía un hospedaje pequeño, con pocas

habitaciones y un comedor pequeño, Enrique se bajo a preguntar.

- En cuanto tenga vacaciones me vengo aquí unos días, seguro que esto a mi mujer le

encanta

Héctor asentía con la cabeza, la verdad que el lugar tenía algo extraño, esa mega construcción

perdida en un monte era extraño, poderoso.

- Es allí arriba seguidme

Enrique echo a andar cuesta arriba hasta una entrada que daba a parar detrás del hotel. El

camión iba marcha atrás, cuando Toño y Héctor bajaron se quedaron mirando a Enrique este

miraba el paisaje; un enorme prado rodeador de piedras gigantes y bosque se situaba detrás

del hotel, ahí pegado al mismo había una casa, con una cuadra y un garaje; los dueños de ese

hostal parecían vivir en un paraíso natural, una especie de Edén, un terreno colocado en ese

monte dedicado a una sola familia con un monasterio al lado; era extraño que la iglesia no se

haya hecho con el monte entero teniendo en cuenta este paraje. El ruido del mar bramaba al

otro lado de las peñas.

- Ahora viene el dueño

Todos seguían mirando palmo por palmo aquel terreno; un valla contenía unas ovejas ayudada

por la montaña; en el desfiladero un bosque de hayas y robles crean una inmensa oscuridad, a

pesar de que a aquella altitud se había disipado la niebla. Un hombre panzudo con camisa de

cuadros se dirige a nosotros.

- El depósito esta en medio del prao de los corderos, donde el palo ese amarillo.

- Vale, el venteo y la bomba de aspiración ¿donde están?

- Uhmm – el señor torció la cara – El venteo sale al tubo aquel, y la bomba… esta dentro

de la cuadra, pero esa funciona bien.

- Tenemos que mirarla señor, si no el electricista ha venido para nada.

Héctor miraba sin entender muy bien que ocurría, a pesar de ser una conversación escuchada

cien veces ya…

- Necesitamos colocar el depósito y una toma de corriente también.

Héctor fue a coger la alargadera, cogió la larga ya que el depósito se encontraba en mitad de

un terreno que alimentaba a unas cuarenta ovejas. El dueño del hotel le miro, se dio la vuelta y

comenzó a andar, Héctor le siguió.

En la cuadra un olor fuerte le sacudió la nariz, era algo más que humedad. El hombre el cual

aislado del sonido del mar tenía una respiración muy pesada señalo un enchufe a Héctor,

enchufo y fue a descargar el resto del camión, un perro se acerco a él según salir de la cuadra,

le olio la mano y  empezó a seguirle. Héctor siempre quiso tener un perro así que se alegro

mucho que aquel pastor vasco le siguiese.

- Deja al perro, vamos a descargar- dijo Toño.

Comenzaron bajando las mangueras, para medir la distancia a la que colocar la bomba;

llevando la caja de herramientas hasta el depósito, las ovejas comenzaron asustadas corriendo

por todo el cercado, a medida que nuestra presencia era más habitual ellas iban acercándose.

- Héctor vete con el señor a ver donde colocamos el depósito.

- Vale.

En cuanto comenzó a acercarse a la casa el perro volvió a seguirle, le acaricio y siguió en

búsqueda del dueño, no sabía dónde empezar a buscar así que empezó por buscar donde

meter el depósito sin tener que sacar todas las mangueras del camión, el sitio cercano más

protegido de la lluvia era la cuadra donde estaba la bomba, allí mismo había una puerta de

madera entreabierta, el perro de pronto se sentó, Héctor le miro y se dio la vuelta para entrar

en el habitáculo, de frente se cruzo con una habitación rodeada de pieles de cordero secando,

llena de huesos de cabezas y en medio el pellejo y la cabeza de un lobo. El lugar era amplio y

entraba el depósito sin problemas, un ruido se oía tras una esquina en la habitación.

- Sera el dueño, vaya cuadra más tétrica el cabrón…

Tras girar la esquina la escena era peor, dos individuos tienen un cordero de unos dos años

agarrado encima de una pesa de piedra, uno de ellos se giraba para ver a Héctor mientras el

otro quien fue el que le vio primero sujetaba el cordero mientras sostenía una risilla en lo que

parecía un ataque de nervios. El del cuchillo comenzaba  a girar este para acelerar el proceso

de desangramiento.

- Aguántale, dice el del cuchillo al de la risilla histérica. Posa el cuchillo en la mesa y va

hacia Héctor con las manos aun manchadas de sangre. – Que no te asuste, es mi

primo, es algo raro.

Héctor que aun no sabía cómo responder al festival de sangre matutino, se limito a preguntar

por el dueño.

- Ahora vendrá, es el que los pela. ¿Alguna vez habías visto matar uno?

Más o menos, mi familia también tuvo corderos.

- Es la manera más honesta de comer carne, si quieres la carne de un animal que

mínimo que tener el respeto de matarle, la forma de comer carne ahora esta

desnaturalizada.

- Es más fácil comerte algo si no lo conoces ¿no?

- Exacto ese es problema, mira esas ovejas, los clientes del hotel les echan pan, las

acarician, piensan que son peluches, pero huelen a comida, se domesticaron para

darnos de comer.

- Claro- Héctor cada vez flipaba mas, tenía sentido pero era esa forma de decirlo, como

odiando al que compraba carne en bandeja, como si la comida es lo único que justifica

la muerte, y el lobo… - ¿Y el lobo? ¿también para comer?

- El lobo viene del monte, el macho cabrío también, uno trae muerte, otra vida; si se

comen tú comida respondes, con el siguiente tendré abrigo para treinta años.

El hombre hablaba con la mirada perdida, tenía poco más de veinte años, pero hablaba con

una razón que parecía haber atravesado generaciones, este hombre no podía estar

familiarizado con la raza humana, esa forma de entender la vida trasciende a las ciudades;

Héctor cada vez tenia más ganas de salir de ahí.

- ¿El lobo es para hacer una cazadora entonces?

- Ponerse la muerte como piel, esta montaña honra al cabrón, el viene y fertiliza

nuestras ovejas las cuales dan corderos que nos sirven de comida, ofrecen a sus hijos,

el pacto de los corderos.

- Ejem, ejem… - el dueño del hostal entra tosiendo. - ¿Qué quieres chaval?

- Ver donde podíamos dejar el depósito, pero aquí igual… molesta.

- Pues si aquí no se puede dejar, dejan el olor en las pieles, y por aquí mejor que no

venga mucha gente. ¿Qué te decían estos dos? Están cerriles, bajan poco al pueblo y

se atrofian…

- Nada, hablábamos de comida, el pacto de los corderos, el pastoreo y eso.

- Habladurías de viejas en el monte.

- ¿Cuál?

- El que no puede ser nombrado firmo el pacto- Gritaba el primo de risa histérica entre

espasmos, acariciaba la lana del cordero cuando este ya había echado el último

aliento.

- ¿Cómo?

- Nada chaval, no les hagas caso, pasan mucho tiempo con los curas y las viejas. El pacto

de los corderos es una leyenda en el que el Dios de las montañas del norte entregaba

el control de las ovejas a los hombres, así nació el pastoreo, pero el macho de las

ovejas el macho cabrío no se podía controlar, pues era espíritu de estos montes por

eso dicen que este lugar fue culto al macho cabrío y los dioses antiguos.

- Ah – un escalofrió recorrió a Héctor. ¿Y el depósito donde lo pongo?

- Claro, claro el trabajo lo primero. Mira allí donde la piscina del hotel hay un cuarto

vacio, puedes dejarlo ahí.

El hombre saco un cuchillo de puño de oro, y avanzo hacia el cordero sin mirar a Héctor,

los otros dos comenzaron a susurrar algo impulsivamente

- Uhh inoino.

Héctor salió del lugar, salió de la cuadra y busco el sol, tenia frio aunque ya eran las once de un

día de julio y el sol brillaba con ganas, se dirigió hacia el cuarto donde le indico el dueño.

En la piscina niñas muy rubias se bañaban y reían, tendrían diecisiete años, otros chavales

también muy rubios intentaban fumar un cigarrillo. La estampa de esos niños no tranquilizaba.

Héctor inspecciono la habitación y se fue a avisar a sus compañeros que ya tenía sitio.

- ¿Por qué has tardado tanto?

- El dueño no estaba, pero vaya panorama…

- ¿Que ha pasado?

- Estaban matando un cordero

- Eso es normal, ¿no te habrás asustado?

- Ya, ya no se ha sido muy raro.

- Pues no podemos trabajar, quedan veinte mil litros en el depósito…

- Pero ¿no quedaban dos mil?

- Lo han dicho mal, vete a ver la bomba y  dile que le dejamos el depósito en el sitio, que

habrá que volver.

- ¿Me puedo echar un cigarro primero?

- Si hombre si

Héctor fue buscando la sombra y una piedra para sentarse, camino entre las ovejas que ya

despreocupadas venían hacia ellos en busca de comida, el fuerte olor a oveja despertaba la

nariz de Héctor, - es verdad, huelen a comida.

Encontró una piedra plana para sentarse al lado entre la piedra se veía una grieta, una grieta

que se metía en la montaña, lo suficientemente ancha para entrar, pero la longitud de esta con

su escasa anchura producían claustrofobia. Héctor miraba a las ovejas, tan tranquilas, tan

dóciles, animales; su carne era sabrosa, sus patas, sus costillas, la boca se le hacía agua. Esos

dos chicos tan raros podían tener algo de razón, comemos sin ser consciente que comer es

muerte, sin sentimiento, viene partido y no sangra; no es, no es natural.

Una brisa acaricia su nuca desde la grieta, se levanta, el aire aviva el cigarro cuanto más se

mete en la gruta, en la piedra unas inscripciones: ERVDINO  LUGH otra más empezaba por C…

apago el cigarro y se fue, allí había algo raro.

Se fue a la cuadra, llamo a la puerta de los horrores

- Señor, señor

El viejo ensangrentado salió con un cuerno en la mano, Héctor explico la situación el viejo se

limito a asentir.

- Poned el depósito y vamos

- Ya nos quedamos a comer que la señora ha dicho que nos invita.

Héctor tuvo que encender otro cigarro ante el shock de tener que seguir allí, recogieron y se

sentaron en el comedor.

- Quiero arroz- decía Toño, es que me encanta

- Pues yo cordero – dijo Héctor, lo visto allí, el olor de las ovejas, el sabor del cordero,

necesitaba cordero.

- Lo que sea, es gratis.

Y así fue, la señora trajo arroz con verduras, agua y de segundo pollo, sin postre; el silencio

incomodo y forzado de la taberna donde tomaron el café parecía repetirse. Al salir a fumar los

dos chicos que estaban sacrificando el cordero pasaron por delante, el olor a oveja les

precedía. En cuanto pasaron algo le hizo decir a Héctor

- Erudino, Lugh- como tosiendo

Ambos tornaron sus cabezas hacia los trabajadores, ciñeron sus cejas y sus ojos se tornaron

como blancos al mirar tan fijamente.

- No puede ser nombrado, no puede ser nombrado- repetían ambos y tornaron su

camino hacia el monasterio

Toño y Enrique miraban a Héctor, ambos callaron, el silencio se mantuvo en el trayecto en el

camión, al salir del lugar en una de las paredes de roca enfrente del monasterio podían verse

estatuas enormes, como de caballeros medievales, todos con su inscripción; Enrique se bajo a

hacer unas fotos.

- Déjalo Enrique vamos, tenemos que bajar de aquí ya.

Hasta que no bajaron del monte y cogieron la nacional seiscientos treinta y cuatro no volvieron

a hablar de aquel lugar, para indicar lo precioso y paradisiaco que era.

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