El rocío de la mañana auguraba un día de calor, aun así no había quien se quitase el polar a las
seis de la mañana. La puerta de la nave ya estaba abierta, desde la puerta les vio; estaban
apoyados en el camión fumando y hablando del partido de anoche.
- Es increíble que levantándose a las cinco para venir a trabajar hayan visto el partido-
pensó.
Se froto las manos frías, aspiro la última bocanada de humo y entro.
- Buenos días
- Buenos días- contestaron casi al unísono.
Llevaba poco en la empresa, una empresa pequeña en la que el vinculo de los trabajadores era
semifamiliar, por no decir que en todos los órganos de estructura de la empresa había un
familiar directo del jefe, se consideraba un ente extraño por lo que entablar conversación se
tornaba algo prácticamente molesto lo cual la reducía solamente a trivialidades y cosas de
trabajo. Sin más palabras prácticamente que el saludo inicial se puso a colocar el camión
mientras sus dos compañeros continuaban hablando de sus cosas.
De repente una música electrónica rasgo el silencio del crepúsculo, era el yerno del jefe,
macarra trasnochado que actúa como jefe de cuadrilla siendo el trabajador que menos tiempo
lleva; exceptuando el humilde hombrecillo usado como punto de vista en este relato.
- Buenos días, ¿Qué pasa chavales?
El resto contestaron. Entro y se quedo mirando el ambiente mientras digería que el día
empezaba de nuevo y que hace quince minutos estaba tumbado abrazado al culo de su novia,
probablemente luchando contra la resaca de algo. Al ver que no sacaría conversación de
ninguno de nosotros y que de seguir así probablemente se quede dormido contra la pared,
decide ponerse en movimiento y colocar su furgoneta, le tocaba hacer revisiones, el solo por lo
que no tendremos que aguantarle nada más que al inicio de la historia.
Toño, uno de los veteranos que estaban charlando ayudo a Héctor, el hombrecillo carne del
paro en cuanto terminen las vacaciones de la plantilla oficial de la empresa. Había que subir
bombas y depósitos muy pesados para solo una persona; más que pesados son demasiado
aparatosos de mover.
Un sonido agudo acaricia el aire, de repente todos dejaron progresivamente de hacer ruido
para oír claramente aquel silbido. Un – buenos días- cantarín retumba en la nave; es
respondido primero por su yerno y el resto mientras se dirigían hacia la entrada de la oficina
devolvían el saludo. Todos como ovejas subieron detrás del jefe esperando las instrucciones de
ese día.
- ¿Donde está Enrique?
- No ha llegado todavía, ahora llegara- responde el más veterano.
El jefe comienza su ritual, deja la manzana encima de la mesa, enciende el ordenador, va al
cuarto de archivos para encender el hilo musical, saco unas carpetas encima de su mesa y se
sentó mirándonos esperando las primeras noticias del día. La conversación derivo a
comentarios sobre las noticias, el jefe daba su opinión y esperaba la del resto de trabajadores,
parecía una encuesta.
De pronto unos pasos acelerados suben por las escaleras, era Enrique.
- Buenos días, estaba Damián con fiebre y tuve que pasar por la farmacia antes de venir-
cabe decir que Damián era su hijo.
- No pasa nada, pero avisa por what’sapp o algo, ya estábamos preocupados- una
sonrisa en los labios y una mirada seria expresaba la cara del jefe durante esta frase.
- Bueno hoy Rebeca llegara tarde, tiene que ir al hospital; Rebeca su sobrina
embarazada; así que repartiré el trabajo yo hoy. Enrique ibas a ir de revisiones con
Tino hoy pero como has llegado tarde sin avisar vas a comer fuera.
- Joder si yo…
- Es broma, no sabía si mandar a Mariano o a ti, pero Mariano tiene medico a las cuatro
y no puede ir a Guiputxu, así que Héctor, Toño y tu al hostal Etxebarri, el del
monasterio en el monte, Toño tu ya has estado ¿no?
- Si hombre, aquel que está de espaldas a la mar… al lado de la iglesia esa metida en la
piedra ¿no?
- Ese
- Tomad los papeles y vais para allá, limpieza y revisión.
Cogieron los papeles y se fueron, metieron la ropa en el camión, era lo único que quedaba
puesto que Héctor había metido el resto antes, Enrique se fue a abrir la puerta, Toño y Héctor
se metieron en el camión, al último le tocaba el puesto incomodo así que a Héctor no le
quedaba más remedio que ponerse en el medio de ambos. Mientras Toño rellenaba el disco
del camión y Enrique esperaba que saliésemos Toño se dedico a hacer el parte del día, no era
más que señalar a dónde íbamos, a qué hora, cuantos kilómetros tiene el camión a la ida,
llegada y vuelta, aparte de poner los trabajos del día.
Con el camión fuera, Enrique cerró la puerta mientras Héctor y Toño encendían un cigarro.
- Puta mierda de humo- Enrique no fumaba
- Calla tú, que cuando bebes bien que fumas.
Toño puso la radio y todos escuchában sin ganas de contestar; al poco de apagar el cigarro
Héctor se durmió, quedaban dos horas y pico de incomodo viaje en la cual la conversación iba
a ser poco fluida, decidió que era mejor idea salir de ahí y la única forma era dormir.
De vez en cuando algún bache o algún riff de guitarra le hacía abrir el ojo, las ciudades pasaban
a la velocidad de la luz; Laredo, Castro, Bilbao; Amorebieta, Éibar, Tolosa... El camión se paro y
una mano enorme da un golpe a Héctor en la pierna.
- Levanta vamos a tomar un café.
Estaban en un pueblo de Euskadi, de eso no había duda, casas de piedra con fachadas pintadas
de cal, balcones de madera, tejados en forma de uve invertida; dentro del bar la Ikurriña tenía
un lugar preferente en mitad de la barra, animales muertos como codornices, cuernos de
ciervos, lanas de oveja colgadas… entre ellos destacaba un lobo perfectamente disecado.
- Buenos días, dos cortados y un mediano.
El dueño del establecimiento sin mediar palabra puso los cafés y cobro. En el rato del
desayuno poco hablaron los tres trabajadores, la mirada fija del camarero y el silencio del lugar
creaban una escena demasiado tensa, fuera del trabajo no se sacaba ningún tema.
- Adiós- dijimos todos.
- Agur- respondió el tabernero mientras recogía los cafés
Encendieron un cigarro, los que fumaban y comenzaron a subir un monte; no había podido ver
como se llamaba el pueblo y no encontró ningún cartel que indicara el nombre del monte que
subían.
La carretera era estrecha con precipicio a un lado y dura pared de piedra a otro, el camión
ocupaba poco más de un carril en las curvas lo cual hizo que los músculos de todos se
mantuvieran tensos durante la subida; de pronto la carretera se ensancho, aparecieron tres
enormes piedras con forma de pico, alrededor de estas se situaba un enorme monasterio el
cual descendía rodeando a las tres enormes piedras por el acantilado; una de esas
construcciones que no parecen humanas; los tres trabajadores no pudieron cerrar la boca y
aun retrasando la jornada laboral decidieron bajar del camión a mirar.
- Es alucinante.
- No parece hecho por personas, aquí arriba, mira el tamaño de esas columnas y esas
puertas, yo sigo sin entenderlo
- Ni yo, parece increíble
- Pues lo hicieron, para que luego os quejéis de que trabajáis mucho- dijo Toño que
siempre que podía echar un cigarro se escaqueaba del trabajo. - Es un poco más arriba
el hotel, vamos.
Llegaron al hotel Hotel Etxebarri rezaba un cartel, parecía un hospedaje pequeño, con pocas
habitaciones y un comedor pequeño, Enrique se bajo a preguntar.
- En cuanto tenga vacaciones me vengo aquí unos días, seguro que esto a mi mujer le
encanta
Héctor asentía con la cabeza, la verdad que el lugar tenía algo extraño, esa mega construcción
perdida en un monte era extraño, poderoso.
- Es allí arriba seguidme
Enrique echo a andar cuesta arriba hasta una entrada que daba a parar detrás del hotel. El
camión iba marcha atrás, cuando Toño y Héctor bajaron se quedaron mirando a Enrique este
miraba el paisaje; un enorme prado rodeador de piedras gigantes y bosque se situaba detrás
del hotel, ahí pegado al mismo había una casa, con una cuadra y un garaje; los dueños de ese
hostal parecían vivir en un paraíso natural, una especie de Edén, un terreno colocado en ese
monte dedicado a una sola familia con un monasterio al lado; era extraño que la iglesia no se
haya hecho con el monte entero teniendo en cuenta este paraje. El ruido del mar bramaba al
otro lado de las peñas.
- Ahora viene el dueño
Todos seguían mirando palmo por palmo aquel terreno; un valla contenía unas ovejas ayudada
por la montaña; en el desfiladero un bosque de hayas y robles crean una inmensa oscuridad, a
pesar de que a aquella altitud se había disipado la niebla. Un hombre panzudo con camisa de
cuadros se dirige a nosotros.
- El depósito esta en medio del prao de los corderos, donde el palo ese amarillo.
- Vale, el venteo y la bomba de aspiración ¿donde están?
- Uhmm – el señor torció la cara – El venteo sale al tubo aquel, y la bomba… esta dentro
de la cuadra, pero esa funciona bien.
- Tenemos que mirarla señor, si no el electricista ha venido para nada.
Héctor miraba sin entender muy bien que ocurría, a pesar de ser una conversación escuchada
cien veces ya…
- Necesitamos colocar el depósito y una toma de corriente también.
Héctor fue a coger la alargadera, cogió la larga ya que el depósito se encontraba en mitad de
un terreno que alimentaba a unas cuarenta ovejas. El dueño del hotel le miro, se dio la vuelta y
comenzó a andar, Héctor le siguió.
En la cuadra un olor fuerte le sacudió la nariz, era algo más que humedad. El hombre el cual
aislado del sonido del mar tenía una respiración muy pesada señalo un enchufe a Héctor,
enchufo y fue a descargar el resto del camión, un perro se acerco a él según salir de la cuadra,
le olio la mano y empezó a seguirle. Héctor siempre quiso tener un perro así que se alegro
mucho que aquel pastor vasco le siguiese.
- Deja al perro, vamos a descargar- dijo Toño.
Comenzaron bajando las mangueras, para medir la distancia a la que colocar la bomba;
llevando la caja de herramientas hasta el depósito, las ovejas comenzaron asustadas corriendo
por todo el cercado, a medida que nuestra presencia era más habitual ellas iban acercándose.
- Héctor vete con el señor a ver donde colocamos el depósito.
- Vale.
En cuanto comenzó a acercarse a la casa el perro volvió a seguirle, le acaricio y siguió en
búsqueda del dueño, no sabía dónde empezar a buscar así que empezó por buscar donde
meter el depósito sin tener que sacar todas las mangueras del camión, el sitio cercano más
protegido de la lluvia era la cuadra donde estaba la bomba, allí mismo había una puerta de
madera entreabierta, el perro de pronto se sentó, Héctor le miro y se dio la vuelta para entrar
en el habitáculo, de frente se cruzo con una habitación rodeada de pieles de cordero secando,
llena de huesos de cabezas y en medio el pellejo y la cabeza de un lobo. El lugar era amplio y
entraba el depósito sin problemas, un ruido se oía tras una esquina en la habitación.
- Sera el dueño, vaya cuadra más tétrica el cabrón…
Tras girar la esquina la escena era peor, dos individuos tienen un cordero de unos dos años
agarrado encima de una pesa de piedra, uno de ellos se giraba para ver a Héctor mientras el
otro quien fue el que le vio primero sujetaba el cordero mientras sostenía una risilla en lo que
parecía un ataque de nervios. El del cuchillo comenzaba a girar este para acelerar el proceso
de desangramiento.
- Aguántale, dice el del cuchillo al de la risilla histérica. Posa el cuchillo en la mesa y va
hacia Héctor con las manos aun manchadas de sangre. – Que no te asuste, es mi
primo, es algo raro.
Héctor que aun no sabía cómo responder al festival de sangre matutino, se limito a preguntar
por el dueño.
- Ahora vendrá, es el que los pela. ¿Alguna vez habías visto matar uno?
Más o menos, mi familia también tuvo corderos.
- Es la manera más honesta de comer carne, si quieres la carne de un animal que
mínimo que tener el respeto de matarle, la forma de comer carne ahora esta
desnaturalizada.
- Es más fácil comerte algo si no lo conoces ¿no?
- Exacto ese es problema, mira esas ovejas, los clientes del hotel les echan pan, las
acarician, piensan que son peluches, pero huelen a comida, se domesticaron para
darnos de comer.
- Claro- Héctor cada vez flipaba mas, tenía sentido pero era esa forma de decirlo, como
odiando al que compraba carne en bandeja, como si la comida es lo único que justifica
la muerte, y el lobo… - ¿Y el lobo? ¿también para comer?
- El lobo viene del monte, el macho cabrío también, uno trae muerte, otra vida; si se
comen tú comida respondes, con el siguiente tendré abrigo para treinta años.
El hombre hablaba con la mirada perdida, tenía poco más de veinte años, pero hablaba con
una razón que parecía haber atravesado generaciones, este hombre no podía estar
familiarizado con la raza humana, esa forma de entender la vida trasciende a las ciudades;
Héctor cada vez tenia más ganas de salir de ahí.
- ¿El lobo es para hacer una cazadora entonces?
- Ponerse la muerte como piel, esta montaña honra al cabrón, el viene y fertiliza
nuestras ovejas las cuales dan corderos que nos sirven de comida, ofrecen a sus hijos,
el pacto de los corderos.
- Ejem, ejem… - el dueño del hostal entra tosiendo. - ¿Qué quieres chaval?
- Ver donde podíamos dejar el depósito, pero aquí igual… molesta.
- Pues si aquí no se puede dejar, dejan el olor en las pieles, y por aquí mejor que no
venga mucha gente. ¿Qué te decían estos dos? Están cerriles, bajan poco al pueblo y
se atrofian…
- Nada, hablábamos de comida, el pacto de los corderos, el pastoreo y eso.
- Habladurías de viejas en el monte.
- ¿Cuál?
- El que no puede ser nombrado firmo el pacto- Gritaba el primo de risa histérica entre
espasmos, acariciaba la lana del cordero cuando este ya había echado el último
aliento.
- ¿Cómo?
- Nada chaval, no les hagas caso, pasan mucho tiempo con los curas y las viejas. El pacto
de los corderos es una leyenda en el que el Dios de las montañas del norte entregaba
el control de las ovejas a los hombres, así nació el pastoreo, pero el macho de las
ovejas el macho cabrío no se podía controlar, pues era espíritu de estos montes por
eso dicen que este lugar fue culto al macho cabrío y los dioses antiguos.
- Ah – un escalofrió recorrió a Héctor. ¿Y el depósito donde lo pongo?
- Claro, claro el trabajo lo primero. Mira allí donde la piscina del hotel hay un cuarto
vacio, puedes dejarlo ahí.
El hombre saco un cuchillo de puño de oro, y avanzo hacia el cordero sin mirar a Héctor,
los otros dos comenzaron a susurrar algo impulsivamente
- Uhh inoino.
Héctor salió del lugar, salió de la cuadra y busco el sol, tenia frio aunque ya eran las once de un
día de julio y el sol brillaba con ganas, se dirigió hacia el cuarto donde le indico el dueño.
En la piscina niñas muy rubias se bañaban y reían, tendrían diecisiete años, otros chavales
también muy rubios intentaban fumar un cigarrillo. La estampa de esos niños no tranquilizaba.
Héctor inspecciono la habitación y se fue a avisar a sus compañeros que ya tenía sitio.
- ¿Por qué has tardado tanto?
- El dueño no estaba, pero vaya panorama…
- ¿Que ha pasado?
- Estaban matando un cordero
- Eso es normal, ¿no te habrás asustado?
- Ya, ya no se ha sido muy raro.
- Pues no podemos trabajar, quedan veinte mil litros en el depósito…
- Pero ¿no quedaban dos mil?
- Lo han dicho mal, vete a ver la bomba y dile que le dejamos el depósito en el sitio, que
habrá que volver.
- ¿Me puedo echar un cigarro primero?
- Si hombre si
Héctor fue buscando la sombra y una piedra para sentarse, camino entre las ovejas que ya
despreocupadas venían hacia ellos en busca de comida, el fuerte olor a oveja despertaba la
nariz de Héctor, - es verdad, huelen a comida.
Encontró una piedra plana para sentarse al lado entre la piedra se veía una grieta, una grieta
que se metía en la montaña, lo suficientemente ancha para entrar, pero la longitud de esta con
su escasa anchura producían claustrofobia. Héctor miraba a las ovejas, tan tranquilas, tan
dóciles, animales; su carne era sabrosa, sus patas, sus costillas, la boca se le hacía agua. Esos
dos chicos tan raros podían tener algo de razón, comemos sin ser consciente que comer es
muerte, sin sentimiento, viene partido y no sangra; no es, no es natural.
Una brisa acaricia su nuca desde la grieta, se levanta, el aire aviva el cigarro cuanto más se
mete en la gruta, en la piedra unas inscripciones: ERVDINO LUGH otra más empezaba por C…
apago el cigarro y se fue, allí había algo raro.
Se fue a la cuadra, llamo a la puerta de los horrores
- Señor, señor
El viejo ensangrentado salió con un cuerno en la mano, Héctor explico la situación el viejo se
limito a asentir.
- Poned el depósito y vamos
- Ya nos quedamos a comer que la señora ha dicho que nos invita.
Héctor tuvo que encender otro cigarro ante el shock de tener que seguir allí, recogieron y se
sentaron en el comedor.
- Quiero arroz- decía Toño, es que me encanta
- Pues yo cordero – dijo Héctor, lo visto allí, el olor de las ovejas, el sabor del cordero,
necesitaba cordero.
- Lo que sea, es gratis.
Y así fue, la señora trajo arroz con verduras, agua y de segundo pollo, sin postre; el silencio
incomodo y forzado de la taberna donde tomaron el café parecía repetirse. Al salir a fumar los
dos chicos que estaban sacrificando el cordero pasaron por delante, el olor a oveja les
precedía. En cuanto pasaron algo le hizo decir a Héctor
- Erudino, Lugh- como tosiendo
Ambos tornaron sus cabezas hacia los trabajadores, ciñeron sus cejas y sus ojos se tornaron
como blancos al mirar tan fijamente.
- No puede ser nombrado, no puede ser nombrado- repetían ambos y tornaron su
camino hacia el monasterio
Toño y Enrique miraban a Héctor, ambos callaron, el silencio se mantuvo en el trayecto en el
camión, al salir del lugar en una de las paredes de roca enfrente del monasterio podían verse
estatuas enormes, como de caballeros medievales, todos con su inscripción; Enrique se bajo a
hacer unas fotos.
- Déjalo Enrique vamos, tenemos que bajar de aquí ya.
Hasta que no bajaron del monte y cogieron la nacional seiscientos treinta y cuatro no volvieron
a hablar de aquel lugar, para indicar lo precioso y paradisiaco que era.
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