Historia de Enia y Alate,
continuación de MUSGO
Dara, oeste del poblado Helvatien
Los ladridos se multiplican y resuenan río abajo. No
tardarán en llegar. Dara se levanta de un salto y las hojas de un sauce se le
enredan en el pelo. Tiene el cuerpo aterido y maltratado tras la huida de la
víspera, pero no le presta atención. La chica de las montañas, a su lado, la
observa con sus inexpresivos ojos azules mientras escucha atenta, tiesa como
una liebre.
Saltando unas matas de juncos, se acerca a la orilla
y extrae el fino limo depositado bajo los cantos rodados, aplicándoselo con
premura sobre la piel y la ropa. El barro podría disfrazar su olor durante un
tiempo, retrasando a los perros. En seguida, la joven Ohiandar se arrodilla
junto a ella, emulándola y lavándose la sangre del pastor, ya ennegrecida. Una
enorme rana verde brinca desde los ranúnculos.
- Se imaginarán que seguimos el curso del río y nos
rastrearán, al menos, hasta aquí –Dara nota su voz ronca, extraña. Ni siquiera
sabe si la entiende, pero necesita compartir su plan. Se acompaña de gestos.
-Debemos alejarnos de la orilla.
Dara capta la duda en su rostro. Por un momento, se
contempla a sí misma a través de los ojos de la montañesa: la visión es
patética. Aun siendo más mayor, se siente débil como una niña; su delicada
piel, magullada; su bonito pelo, enmarañado con barro y hojas; los ojos,
enrojecidos de tanto llorar. Frente a ella, la mirada de la chica revela la
fiereza y la determinación de un tejón. La envidia.
Finalmente, toma su brazo como ella hiciera ayer, y
se vuelve hacia el bosque de galería, aún oscuro, que se despereza en un
torrente de cantos de aves.
Enia, camino del este
Nubes oscuras recorren el
cielo raudas desde el norte, cubriendo el pálido azul del otoño. Enia percibe
aún rastros del verano en las tierras bajas: zarzamoras cuajadas de frutos,
mariposas por doquier y pocas hojas marchitas crujiendo bajo sus pies. Las
primeras gotas golpean el suelo templado, arrancándole olores terrosos. Sin
embargo, en la montaña el otoño ya llegó hace algún tiempo.
Enia se aleja ligeramente del
río para no hundirse en los sedimentos de la ribera, que empieza a enfangarse.
Río abajo, entre el repiqueteo de la lluvia, cree oír los ladridos de un corzo.
Al poco, se para: los ladridos de nuevo. Pero no son de corzo. Permanece
estática entre unos endrinos, atenta. Capta un movimiento por el rabillo del
ojo y distingue dos siluetas moviéndose ágiles por el bosque: Enia se acerca
furtiva, ocultándose tras los arbustos, hasta que alcanza a verlas mejor. Son
dos chicas y, aunque están cubiertas de barro y hojas, identifica a una como
Ohiandar, aunque no la conoce; la otra se le parece a las jóvenes de su aldea
natal, por lo que intuye que es una Helvatien. ¿Qué hacen juntas, huyendo a
través del bosque?
De pronto, sus ojos se cruzan
con la glacial mirada de la Ohiandar, que refleja sorpresa, miedo.
- ¡Esperad!- exclama en el
idioma de las montañas.- Por favor.
A lo lejos, entre el rumor del
río, resuenan los ladridos. Las dos chicas han detenido su huida y la observan
tensas, prestas para seguir corriendo.
- ¿Eres Ohiandar? ¿De qué
Clan?- Enia se acerca con la cabeza gacha y actitud conciliadora. Entiende que
su aspecto es extraño, y sorprende tanto a Ohiandar como a Helvatien- Yo soy
Enia, del Clan del Corzo.
- ¿Enia? ¿La amiga de Urtxin,
el cuentacuentos?
- ¿Conoces a Urtxin?- Enia se aproxima, esperanzada.
-¿Dónde está? ¿Dónde están todos?
Las miradas de las dos chicas
se vuelven una y otra vez hacia el este, preocupadas. Sus piernas parecen tirar
con la fuerza de un uro hacia las montañas.
- Ahora no hay tiempo -se
acelera la Ohiandar-: nos persiguen.
La fría lluvia otoñal se funde
con el barrio y el sudor mientras las tres mujeres recorren, furtivas, el
bosque. Las palabras se agolpan en la boca de la chica, robándole el aliento, y
desgranan los acontecimientos ocurridos en las últimas semanas. Enia trata de
entenderla entre el repiqueteo de las gotas y los ladridos de los perros,
atenuados por la tormenta. Una idea comienza a tomar forma en su cabeza.
Capítulo siguiente: NUDOS
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