miércoles, 1 de junio de 2016

LLUVIA



Historia de Enia y Alate, continuación de MUSGO



Dara, oeste del poblado Helvatien


Los ladridos se multiplican y resuenan río abajo. No tardarán en llegar. Dara se levanta de un salto y las hojas de un sauce se le enredan en el pelo. Tiene el cuerpo aterido y maltratado tras la huida de la víspera, pero no le presta atención. La chica de las montañas, a su lado, la observa con sus inexpresivos ojos azules mientras escucha atenta, tiesa como una liebre.
Dara sabe que no pueden huir de los perros. Tarde o temprano, Ötzi las encontrará. Una desesperada fuerza estalla en su pecho, poniendo en marcha los engranajes de su cabeza, antes dormida: es el ansia de libertad, que ya había dado por perdida.



Saltando unas matas de juncos, se acerca a la orilla y extrae el fino limo depositado bajo los cantos rodados, aplicándoselo con premura sobre la piel y la ropa. El barro podría disfrazar su olor durante un tiempo, retrasando a los perros. En seguida, la joven Ohiandar se arrodilla junto a ella, emulándola y lavándose la sangre del pastor, ya ennegrecida. Una enorme rana verde brinca desde los ranúnculos.
- Se imaginarán que seguimos el curso del río y nos rastrearán, al menos, hasta aquí –Dara nota su voz ronca, extraña. Ni siquiera sabe si la entiende, pero necesita compartir su plan. Se acompaña de gestos. -Debemos alejarnos de la orilla.



Dara capta la duda en su rostro. Por un momento, se contempla a sí misma a través de los ojos de la montañesa: la visión es patética. Aun siendo más mayor, se siente débil como una niña; su delicada piel, magullada; su bonito pelo, enmarañado con barro y hojas; los ojos, enrojecidos de tanto llorar. Frente a ella, la mirada de la chica revela la fiereza y la determinación de un tejón. La envidia.



Finalmente, toma su brazo como ella hiciera ayer, y se vuelve hacia el bosque de galería, aún oscuro, que se despereza en un torrente de cantos de aves.




Enia, camino del este



Nubes oscuras recorren el cielo raudas desde el norte, cubriendo el pálido azul del otoño. Enia percibe aún rastros del verano en las tierras bajas: zarzamoras cuajadas de frutos, mariposas por doquier y pocas hojas marchitas crujiendo bajo sus pies. Las primeras gotas golpean el suelo templado, arrancándole olores terrosos. Sin embargo, en la montaña el otoño ya llegó hace algún tiempo.




Enia se aleja ligeramente del río para no hundirse en los sedimentos de la ribera, que empieza a enfangarse. Río abajo, entre el repiqueteo de la lluvia, cree oír los ladridos de un corzo. Al poco, se para: los ladridos de nuevo. Pero no son de corzo. Permanece estática entre unos endrinos, atenta. Capta un movimiento por el rabillo del ojo y distingue dos siluetas moviéndose ágiles por el bosque: Enia se acerca furtiva, ocultándose tras los arbustos, hasta que alcanza a verlas mejor. Son dos chicas y, aunque están cubiertas de barro y hojas, identifica a una como Ohiandar, aunque no la conoce; la otra se le parece a las jóvenes de su aldea natal, por lo que intuye que es una Helvatien. ¿Qué hacen juntas, huyendo a través del bosque?
De pronto, sus ojos se cruzan con la glacial mirada de la Ohiandar, que refleja sorpresa, miedo.
- ¡Esperad!- exclama en el idioma de las montañas.- Por favor.
A lo lejos, entre el rumor del río, resuenan los ladridos. Las dos chicas han detenido su huida y la observan tensas, prestas para seguir corriendo.
- ¿Eres Ohiandar? ¿De qué Clan?- Enia se acerca con la cabeza gacha y actitud conciliadora. Entiende que su aspecto es extraño, y sorprende tanto a Ohiandar como a Helvatien- Yo soy Enia, del Clan del Corzo.
- ¿Enia? ¿La amiga de Urtxin, el cuentacuentos?
- ¿Conoces a Urtxin?- Enia se aproxima, esperanzada. -¿Dónde está? ¿Dónde están todos?
Las miradas de las dos chicas se vuelven una y otra vez hacia el este, preocupadas. Sus piernas parecen tirar con la fuerza de un uro hacia las montañas.
- Ahora no hay tiempo -se acelera la Ohiandar-: nos persiguen.
La fría lluvia otoñal se funde con el barrio y el sudor mientras las tres mujeres recorren, furtivas, el bosque. Las palabras se agolpan en la boca de la chica, robándole el aliento, y desgranan los acontecimientos ocurridos en las últimas semanas. Enia trata de entenderla entre el repiqueteo de las gotas y los ladridos de los perros, atenuados por la tormenta. Una idea comienza a tomar forma en su cabeza.
Capítulo siguiente: NUDOS

Texto y fotos por Elisa Rivero

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